Nobles, caballeros, sencillos pastores, hermosas niñas que escucháis mi relato, si os maravilla lo que os cuento, no creáis que es una fábula tejida a mi antojo para sorprender vuestra credulidad. De boca en boca ha llegado a mí esta tradición, y la leyenda del sepulcro que aún subsiste en el monasterio de Montagut es un testimonio irrecusable de la veracidad de mis palabras.Creed, pues, lo que he dicho, y creed lo que aún me resta por decir, que es tan cierto como lo anterior, aunque más maravilloso. Yo podré acaso adornar con algunas galas de la poesía el desnudo esqueleto de esta sencilla y terrible historia; pero nunca me apartaré un punto de la verdad a sabiendas. Bécquer: Creed en Dios (leyenda) Sabemos que Bécquer indagó con pasión en las posibilidades que ofrecía la capacidad musical de la lengua. Schopenhauer señaló que la música hablaba de la realidad y expresaba lo metafísico de todo lo físico del mundo, por lo que serviría, asociada a la poesía, para convertir a las palabras de sombras en objetos, en flores, en emanaciones del Ser; y August Schlegel había sostenido que la labor de la poesía moderna se cifraba en reconciliar los dos mundos que nos dividían, y esa conciliación hacía necesario recorrer las conexiones misteriosas y sagradas que unían las impresiones sensibles con los más altos sentimientos. Para el pensamiento romántico ?lo ha estudiado Comellas?, la música proporcionaba recursos para la tarea de representar este infinito del sentimiento: la música se comunicaba íntimamente con la realidad metafísica, ya que ella era el ritmo original de la naturaleza y del universo; sugería la idea de un organismo vivo, en constante cambio y evolución; y el ritmo y el silencio ofrecían posibilidades mucho más sugestivas que el lenguaje, ese sistema cerrado, pobre, concluso, del que hablara Hoffmann. No es difícil reconocer todos estos elementos en la poética becqueriana, que fue también toda una indagación sobre cómo el lenguaje se enfrentaba a la inefabilidad.